En un momento la chica vislumbró una puerta que se abría. Tenía 16 años, vivía en Rafaela, la tercera ciudad más importante de Santa Fe y estaba a punto de participar en el Pre Cosquín. Pudo haber estado sentada en la silla de la cocina junto a su mamá con música de España de fondo o tirada en su cuarto, con una guitarra sobre el abdomen escuchando una canción de Zitarrosa cantada por su papá en el comedor. Aquel instante fue fugaz y la imagen no fue clara, pero ella supo, de repente, que hay puertas que se abren.
Ahora, Natalia Simoncini vive en La Costa y acaba de llegar de Chile, de una competencia periférica al Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar. Viste de oscuro y lleva puesto en la cabeza un pañuelo naranja enrollado como un turbante. Cuando habla, Natalia no sonríe pero parece que lo hiciera: cuenta que salió tercera en un repechaje que se hizo en el Teatro Municipal que, aparte de los premios, le dio la posibilidad de subir al escenario principal de la Quinta Vergara el año que viene.
Cuando se inscribió en el concurso ya tenía decididas las canciones que iba a cantar. Esas canciones tienen una música que brota desde las honduras de su historia, viene “desde que estuve exiliada durante nueve meses en el vientre de mi mamá, en la época de la dictadura militar”. Pero también viene de la dulzura de las canciones que le cantaba su papá. Natalia dice papá y sostiene la mirada (ojos oscuros) e inclina un poco la cabeza hacia la izquierda. Mi papá, cuenta, fue militante y preso político y cantor de tangos y guitarrista de Rosana Falasca.
“Entré al certamen por internet” murmura buscando en el celular unas fotos del Teatro Municipal de Viña del Mar. “Llené un montón formularios y me inscribí”. Un día, después de llegar de uno de los talleres de música que da en los centros comunitarios de San Clemente, Santa Teresita y San Bernardo para el fortalecimiento de mujeres que fueron víctimas de violencia, Natalia prendió la computadora, buscó, encontró y llenó los formularios que la llevarán por nuevos caminos.
A la madrugada siguiente subió al auto con equipaje de mano y manejó hasta Aeroparque, tomó un avión hasta Viña del Mar, ahí sacó fotos, esperó con nervios el comienzo del certamen, cantó Pajarito y Hoy abrí la puerta, dos temas de su autoría, y el Teatro Municipal la ovacionó. Se le estrujó el alma, esperó 15 minutos y se enteró que había quedado en el tercer puesto, que es lo mismo que enterarse que el año que viene, por estas fechas, cantará en el escenario principal de la Quinta Vergara, en el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar, uno de los festivales más importantes del mundo.
Aparte de cantar, Simoncini trabaja en La Costa plantada en una posición ideológica que le reclama el coraje que le legaron sus viejos y día a día asiste con su música a mujeres víctimas de violencia de género. Con humildad agradece la ayuda de personas cuyos nombres lista con orgullo: Jaime Torres, Manolo Juárez, Mario Clavel, Soledad Pastorutti y Liliana Herrero. Con Fabián Matus disfrutó poner la música en función de lo social y dar recitales en el penitenciario de Ezeiza. “Me gusta una frase de Caetano Veloso: ‘Ningún palmoteo sale de una sola mano’. No podemos solos nunca, siempre necesitamos de otro para que las puertas se abran”.